Desde mi primera clase, sentí que había encontrado mi camino. Y desde entonces, sigo formándome con dedicación y pasión. Así que ya hace 5 años que empecé a dar clases con la ilusión de compartir todo lo que el yoga me había dado.

Pero, con el tiempo, algo empezó a cambiar.

Mis clases estaban llenas, pero sentía que algo faltaba. Los alumnos venían, practicaban y se iban, pero no todos lograban esa conexión profunda con la práctica.

Y lo peor: yo misma comencé a dudar de mi camino.

«Tal vez me falta preparación.»
«Quizás no estoy lista para esto.»
«¿Cómo puedo guiar a otros si siento que todavía me falta tanto por aprender?»

Una tarde, después de una clase y mientras convivía con estas ideas, una alumna se acercó y me dijo esto:

«El yoga ha hecho que me reencuentre conmigo misma, y me has ayudado a encontrar en mí eso que tanto necesitaba: sentirme en casa. Recuerdo cuáles eran mis objetivos al comienzo del curso, cómo encontrar ese ratito sólo para mí, gestionar el estrés, vivir más el presente… Nada de esto hubiera sido posible, no al menos tan increíblemente bonito, sin tí como guía de este viaje. Estoy segura de que te quedan muchos «caminos a casa» por enseñar».

Y me hice esta pregunta: «¿Qué hace que algunos maestros de yoga inspiren tanto, mientras otros simplemente enseñan posturas?»

Y entonces lo entendí: el yoga no es solo movimiento. Es presencia, es comunicación, es transformación.